Gracias a Maite Vargas por este cuento dedicado al grupo de Terapia y Consultoría Sistémicas 2007 - 2009
TRANSPORTES “NELSON“
A John
A Tim
Y a todo el grupo de TCS 2007-2009
con cariño y agradecimiento
Los sábados, cuando entro en la plaza que hay en uno de los accesos al pueblo encuentro a Nelson apoyado en su Stralis con caja frigorífica de color blanco. A esa hora, ya ha cargado los canales en la fábrica para inmediatamente después de comer salir para su destino. Le ayudo a limpiar el camión a cambio de unos euros.
Como siempre, cuando me ve aparecer por la plaza, me pregunta
Qué chaval, ¿ya tienes novia?
No recuerdo cómo respondí la primera vez a esa pregunta que repite cada semana. Lo que sí sé es que durante mucho sábados le contestaba, con rabia.
¡Las chicas son unas tontas!
Nelson se reía, me daba uno de los muchos trapos que traía en una bolsa junto con botes de productos de limpieza y me decía:
Dale a la rueda derecha de atrás
No me gustaba mucho ponerme a limpiar, pero la paga me venía bien para la mañana del domingo, para gastarla con los amigos después de jugar el partido de la semana. Mientras limpiábamos el camión, yo aprovechaba para preguntarle por los sitios en que había estado esa semana, pero él, de lo que más me hablaba era de las carreteras. De lo largas que son las carreteras.
¿Pero donde has estado Nelson? Le insistía
Y entonces me hablaba de cuando entraba en la nacional 623 y empezaba a divisar molinos de viento, y de cómo se entretenía en hacer averiguaciones sobre la dirección del viento, aquél orientado al norte va despacio, el orientado al este gira las aspas a toda velocidad; hasta que se daba cuenta que estaba conduciendo y se encontraba con el cartel de entrada a Llanillo que le obligaba a reducir rápidamente la velocidad en unos pocos metros. Oía acercarse a su espalda los canales de carne colgados en los ganchos de la caja y comenzaba a girar suavemente el volante para tomar la curva cerrada en la que se amontonaban la mayoría de las casas de la localidad.
No conseguía que me hablase de ciudades, de edificios acristalados que desde lejos anunciaban la proximidad de una ciudad. En una ocasión le pregunté por las carreras de camiones.
Las buenas son las de la carretera, me responde. Yo a veces me enredo en alguna. Sobre todo por la noche, cuando el paisaje parece que se hunde y no hay ninguna sombra ni a derecha ni izquierda. Voy sólo, levanto el pie del acelerador hasta casi rozarlo, cuando unas luces empiezan a reflejarse en los espejos retrovisores y se agrandan hasta que sólo son un destello que si te quedas mirando, te deslumbra. En ese momento dudo si acelerar o no y dejo que me adelante. Pero justo cuando ya sólo le queda una cuarta parte de su caja a la altura de mi cabina, cambio de marcha y acelero y durante un par de kilómetros deletreo una y otra vez su matricula, con las mandíbulas apretadas y las manos prietas al volante.
Pero ¿entonces no ganas?
Ah, bueno, ganar. A veces. Imagina que vas por una recta, sin pendientes a la vista, el camión va como la seda, decides poner un poco de música para acallar el sonido del motor, monótono y que te adormece. Estás escuchando una bonita canción, has bajado una ventanilla y estás siguiendo el ritmo golpeando suavemente los dedos en la puerta de la cabina. Te sientes el amo de la carretera, es una forma de ganar. Eso crees. Hasta que en el espejo retrovisor empieza a acercarse un Actros. Vuelvo a poner la mano sobre el volante, quito la música, subo la ventanilla y acelero. Llevo el acelerador hasta el fondo y sonrío al ver como el camión se va haciendo más pequeño en el espejo. Durante unos kilómetros sigues creyendo que estás ganando. Hasta que, y no entiendes como no lo has previsto, con la de veces que has recorrido este itinerario, la carretera empieza a ascender. Escuchas un ligero tintinear en tu espalda, el de los ganchos con los canales que resbalan hacia atrás. Sigues con el acelerador hasta el fondo, pero la aguja empieza a temblar y moverse hacia la izquierda del cuenta kilómetros. El Actros se ha pegado a la caja, su cabina ya se refleja en el retrovisor izquierdo, y al poco empieza alejarse delante.
Entonces, ¿no hay ninguna carrera en la que hayas vencido? -le pregunto, desilusionado. El me mira y sonríe. Y me habla de otras historias.
Tenías que haberla visto Esteban.
¿A quién? Pregunté, animado por la expectativa de que esta vez me contaría una historia de un lugar, o de edificios raros y altos que sólo veía por la tele o en alguna de las fotos del libro de conocimiento del medio.
Al entrar en la curva, en la primera casa a la izquierda de Llanillo, en el trozo de huerto que sólo se alcanza a ver desde la cabina de un camión, la vi. Recogía unas sábanas del tendal. Abría y cerraba los brazos, juntando las esquinas, de espalda al viento. Cuando se volvió para despejar el pelo de su cara se rió. No sé por qué, pero se rió y yo, que en ese momento giraba el volante hacia la izquierda para tomar la curva, sentí que la abrazaba.
Pero, ¿te bajaste? -le pregunté. Pero el volvió a sonreír y me contestó:
Cambia de trapo, que ese está muy sucio, y dale fuerte a los tapacubos.
El domingo jugamos contra los primeros de la liga y ganamos. Esperé toda la semana para contarle a Nelson las jugadas del partido, la carrera que había hecho con el balón desde el medio campo, yo sólo, regateando hasta que lancé un gol desde la parte izquierda del área.
.
¡Hemos ganado a los primeros de la liga!, le grité nada más entrar a la plaza.
Vaya ! Felicidades!, me dijo mientras bajaba el volumen de la radio.
Pero me dí cuenta que algo pasaba. La caja frigorífica estaba abierta. Sin ningún canal, solo ganchos colgados a las paredes y Nelson sentado en el borde, fumando un cigarro y con varias colillas en el suelo, como si fueran una alfombra.
Qué chaval, ¿tienes novia?, me preguntó con voz apagada.
Yo quise decirle que en el recreo, mientras estaba echando un partidillo, cuando fui a recoger un balón que se había ido fuera, había visto a una chica. Había varias en corrillo, cotilleando y mirando mensajes en los móviles y ella se volvió, el aire le retiró el pelo de la cara y se rió; y que me había imaginado un volante que hacía girar a la izquierda mientras sentía que la abrazaba.
Pero sólo le dije:
Nelson, dame el trapo que limpio las ruedas.
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