22/10/10

El Hecho de que Algo Tiene Nombre No Quiere Decir que Exista – Inteligencia Emocional

En otro post de otro blog hablaba de Alfred Whitehead y los peligros para la educación en anteponer la etiqueta a la experiencia. Y en otro - hace mucho – de la noción de Tomás Szazs de la nueva ley de la selva “definir o ser definido”. En otro todavía de que el hecho de tener un nombre, una etiqueta, no quiere decir que algo exista. Esto post va en un sentido similar. 

En cierto sentido el periodismo de difusión es un ejercicio de definir en masa. Es decir que, más allá del aspecto de “marketing” y de ganar dinero, hay un aspecto para mi más preocupante en el efecto debilitante que puede tener. El poder del lenguaje es tremendo. Nombrar algo permite manejarlo como idea, hacerlo público, debatir sobre ello, discutir si es bueno, significativo, útil o un mal que debería ser borrado de la faz de la tierra. Y, por supuesto, cuanto más se discute sobre algo más se presupone su existencia. Hoy otro ejemplo.  

Ya sé que es algo polémico. Sé que levantará algunas ampollas. Y que conste que no tengo nada en contra del trabajo de Mayer, Salovey y sus colegas – todo lo contrario. Pero creo que la noción de “Inteligencia Emocional” crea más problemas que otra cosa.

Confieso que no me gusta la noción de “inteligencia” sea múltiple o singular normal, musical, matemática o emocional. En su expresión originaria vi más ejemplos de abuso y etiquetado de los que tenían menos por parte de los que tenían más que aplicaciones útiles.

El periodismo de difusión (de, por ejemplo, Goleman) es algo que hay que aceptar de forma realista. Pero, creo, no tomarlo demasiado en serio. Mayer y otros llaman al trabajo de Goleman “pop psychology” (psicología “pop”) y probablemente tienen razón. Personalmente lo encuentro carente de contenido interesante pero lleno de anécdotas plausibles. Ahí reside su interés como periodismo y su problemática si se toma demasiado en serio.

Recientemente, tuve tratos con una persona que experimentaba considerables dificultades relacionándose con los demás. Su pensamiento tendía hacia lo dogmático en muchas áreas y, aunque tenía muy buenas intenciones, acababa peleado con muchos – y muchas – de sus amigos. Luego se enfadaba consigo mismo por haberse enfadado. Quería cambiar. Y estaba planificando hacerlo.

Tenía su situación resumida como que “necesitaba más inteligencia emocional”. Y su plan era “tener más intelgiencia emocional”. Y una vez colocada esa etiqueta no había forma de ir más allá. Cual Farmaéutico de L'Ampordà, iba en búsqueda no del nada absoluto sino de absolutamente nada.

Es una pena. Él sabía que lo que le dificultaba la vida tenía que ver con como se enfadaba pero en absoluto veía que formaba parte fundamental de la estructura del problema la sensación de inseguridad que acompañaba no saber como proceder en ciertas situaciones y el alivio rápido pero muy temporal que acompañaba su diagnóstico de “falta de inteligencia emocional” - ese ciclo de “inseguridad → alivio rápido”, ciclo de “apaño” donde los haya. Practicaba y reforzaba su intento de hacer que el mundo (y amigos y sus novias) hicieran, pensaran y sintieran lo que él sabía que tenían que hacer, pensar y sentir. Y luego se enfadaba consigo mismo por no haber tenido la inteligencia emocional sufciente com para no haberse enfadado.

Me explico. Para él, “inteligencia emocional” era una etiqueta que marcaba, por así decirlo, una caja sin nada dentro. Imagínese un baúl que lleva encima la etiqueta “lo que tú necesitas” o, peor, “aquí dentro está lo que necesitas si encuentras a alguien que te lo explique porque tu solo....”. E imagínese que dentro del baúl no hay nada – está vacío. Esta metáfora ofrece una manera de entender algo de la experiencia de esta persona. Por una parte la presencia de un baúl (es decir la sensación de que “algo hay”), por otra la presencia de una etiqueta seductora o imponente y, por otra, nada con que esa etiqueta realmente conectara.

Ahora bien, lo especialmente endiablado de la situación es que la persona en cuestión se empeñaba en seguir buscando en el baúl. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque el sabía – estaba convencido - que había algo en el baúl y, tristemente, no tenía forma real de comprobar si había algo o no.

Muchas personas se encuentran triste y horriblemente en una situación muy similar. Atrapadas por lo seductor o lo “verosímil” de una etiqueta (o un “diagnóstico” ya que estamos), intentan planificar cambios en base a ello. Pero es muy difícil que consigan hacer estos cambios porque no conectan con nada real en la propia experiencia de esta personas. Son generalidades confeccionadas a partir de la estadística de mediciones más o menos certeras pero mal correlacionados, expresadas a través de anécdotas y en todo caso irrelevantes al detalle real de la experiencia individual.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Este post creo que va un poco en la línea de lo que me respondiste a un comentario que te hice en un post de 2008... Por lo menos según te leía me lo ha recordado.
Entonces, la inteligencia emocional no existe, ¿no? O bueno, que es un continente sin contenido, como la metáfora que has utilizado.
Por cierto, estaré atenta a lo que subas del taller de diciembre.
Saludos

Tim Ingarfield dijo...

Hola Laura

Gracias por el comentario. Te voy a contestar en dos posts ya que el "blogger" no me da espacio suficiente en uno solo.

Efectivamente, el post está realcionado con el otro en tanto cuanto trata de la "inteligencia emocional".

Sin embargo, aquí estoy hablando - como bien dices - de "un continente sin contenido" o quizá una referencia sin referido.

Pero no es exactamente que no haya contenido sino que este contenido no es lo que la etiqueta indica. En este sentido, la referencia es abstracta y metafórica. "Abstracta" por la falta de descripción detallada (en el trabajo de Goleman. El caso de Mayer et al. es otra cosa pero ellos no han publicado ningún best-seller al respecto) y metafórica por el uso de "inteligencia" para prestar la pátina de "credibilidad y autoridad" (en este caso se aplica tanto a Golemna como a los otros).

Si las personas en general (entre ellos, por ejemplo, Eduard Punset) tienen, al referirse a la "Inteligencia Emocional", la sensación de algo familar o sólido creo que tiene más que ver con la frecuencia con que se ha mencionado debatido etc. que con el contenido específico.

Entonces "¿la Inteligencia Emocional no existe?" Pues si y no. Evidentemente cada persona que habla de "inteligencia emocional" está hablando de algo. Lo que es más cuestionable es si están describiendo lo mismo, si lo están describiendolo de la mimsa manera o, y esto es lo más significativo, si están siquiera describiendo algo identificable (y diferenciable de forma única e inequívoca) en el mundo.

Lo que asevero es que la presencia de un nombre de algo - incluso la presencia de un nombre en voz de todos- no es evidencia de que ese algo exista.

Las referencias concretas y descriptivas (indicar algo en el mundo y colocarle una referencia) no corren este peligro. Las referencias abstractas si lo corren. Con "referencia abstracta" en este caso me refiero a una referencia vaga y difusa a "algo que sabes que está" pero no sabes ni qué es, ni cómo funciona, ni por qué funciona".

Tim Ingarfield dijo...

Hola de nuevo Laura,

Imagina, si quieres, un ruido que ocurre en la noche cuando estás sola en casa e intentando dormir. ¿Existe el ruido?" claro que si. ¿Sabes qué es? ¿Cómo se ha podido producir? ¿Por qué? No. Algo hay desde luego. Puedes ignorarlo o investigarlo. Pero lo que sería un poco absurdo sería nombrarlo "microcacofonía nocturna" y ponerte a escribir un panfleto para los vecinos en que describes maneras interesantes de forrar la habitación de corcho o meterte la cabeza debajo del edredón.

Una referencia abstracta tiene una gran utilidad - la de marcar algo que no viene al caso describir en gran detalle - por ejemplo cuando es de todos sabido o cuando forma parte de la estructura periférica de un argumento o, por supuesto en círculos sociales donde lo que más prima es el sentido de participar o lo novedosas de la ideas o lo divertidos de los argumentos. Cuando las referencias abstractas se basan en conocimiento comprobado y que ese conocimiento sea compartido ("¡pásame aquella cosa verde de allí!" es comprensible con un alto nivel de información compartida) ahorran tiempo y atención. Cuando no es así pueden ser evidencia de pereza, de falta de trabajo, de querer encubrir la ignorancia, de querer conseguir cierto status o de no saber hacer otra cosa.

Pero, claro, las referencias abstractas pueden sonar igual de plausibles con o sin evidencia de fondo. Más todavía si están liberalmente sazonados con anécdotas de la vida contemporanea.

Socialmente, no es problema. Probablemente encontraría divertido charlar con el Sr.Goleman. Intentar organizarse la vida en base a ello o, lo que es peor, intervenir en la vida de los demás en base a ello es algo más serio y algo mucho más cuestionable.

Saludos

Tim